Ella, el y yo
Mirábamos a la niña de la caracola pastoreando sueños. Corazón libre, por nada preocupado.
El me dice que tenemos la misma mirada. Lo afirma vacilante, con esa indecisión que nos hace vivir cual si la vida estuviera engañándonos ¿que miraba en ella? ¿El acaso miraba lo mismo que yo?
Los otros nos dan las únicas pistas para conocernos.
No necesito poseerla, la he mirado, ya es mía; como el atardecer de aquel verano, también mío; he visto a una amiga, a carcajadas, llorar amargamente, he visto a la luna sobre el azul de un lago desaparecer, a una muchacha saludándome con un lagrima apenas contenida, al fraternal amigo a los ojos; yo he visto también adioses melancólicos y encuentros celestiales, y he visto como, en las azoteas de París, baña la cintura de un poeta, que desnudaba damas recitando mis versos. Todos míos, como la niña de la caracola, que un día miré.
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