martes, junio 21, 2005

El Miedo Absoluto

El miedo absoluto, el absolutamente miedo, que en medio del ritmo universal me paraliza, me impidió por mucho tiempo volver a esta ciudad.
Memoria, exilio, viajes, ésa es la naturaleza humana, con la que siempre es costoso enfrentarse. Volver es una forma de llegar, otra vez, a buscarse en los lugares que fueron propios algún día. A pesar mío y después de ya no sé cuántos años, regresé a Madrid. Llegué en una mañana cálida de mayo. Madrid es Madrid, sin importar lo que pase.
Camino lento por Salamanca, el barrio de ese Marqués varias veces fundido, donde todavía giran las luces del último baile. Alguien, quizá yo mismo olvidó, o no quiso apagarlas.
Avenidas y calles, claro, como la Castellana, que mira a París; la Gran Vía que mira a Chicago; la ciudad que mira a Europa; la gente que es mirada por el mediterráneo.
Me instalé en el inveterado piso de la calle Princesa. Ciertos olores los recordaba distintos, otros no, había un aire de rara intimidad contaminado por una cotidianeidad ida.
La borra de la vida.
Me eché a andar por las calles, repetí viejos caminos, no pasan cosas de mayor trascendencia que un apacible relámpago que dura.
Cuántas veces estuve por aquí, con un rolls en la puerta y ni un duro para el último whisky.
Hay un eco, es Gustavo Adolfo, por los jardines del retiro.
En el cementerio de San Justo, rindiendo por anticipado los honores de octubre a Don Mariano José, que fue poeta sin escribir poesía, también está Ramón Gómez de la Serna, en fin, aquí está enterrada toda la literatura española. Habla Francisco Umbral, yo aporto el silencio, cómplice de debilidades y ensueños, buscando en el enjambre una simpática postura ante la Vida.
En Madrid, como en ninguna otra ciudad del mundo, todavía se fuma y todavía se bebe.
Rebusco entre los escombros de la decadencia, la personal y sentida, y la otra, la de un tiempo que no ha de volver. Quizá no haya que hacer luto por esa muerte. Ni por ninguna otra, sólo añoro algunas ausencias, estoy sin Adolfo Marsillach, para comentar las cosas en Oliver, tomando la última copa o el primer tranvía; sin Don Luis y sus drys martinis en Chicote, cantando yo un bolero y él un corrido o una ranchera a la Santa Madre Iglesia, por la calle de la amargura; me dicen que Umbral vive lejos del centro; Luis Alberto ya no es secretario de estado; Saura, el último esteta, viaja tanto que ya no se lo ve y murió Carlitos Berlanga, llevándose consigo lo último de la movida, ya quieta.
Camino por Cuchilleros, como tantas otras veces, y me detengo sospechosamente en un bar bien conocido, entro, sin saber por que. Me siento en la barra, vieja costumbre de soledad, y el cantinero me dice: - ¿Lo de siempre doc?- Claro-, respondí, siguiendo el juego de pretendida naturalidad, - Parece que va a llover, ¿trajo paraguas?- No, por mojarse nadie se ha muerto.- Pero sí se constipan-. Así hasta que dejó de llover, me despedí como siempre, hasta luego.
Uno cree con una ingenuidad casi infantil, no tener ni dejar arraigo, ser evanescente, sin embargo uno va dejando huellas por doquier, sin quererlo. Insospechadamente se encuentran señales de nuestro paso por la existencia, del mismo modo que se reconocen en uno rastros de los otros, de los demás. Las estelas están en todo, las que dejamos y las que nos dejan. Que difícil resulta llegar a un lugar, casi tanto como irse.

¿Para qué es oro el tiempo más que para verlo pasar acariciándolo?
Camilo José Cela

Salut !!

1 Comments:

At 1:24 a. m., Anonymous Anónimo said...

Me dijeron una vez, única vez : La vida es hoy; y yo añado:El tiempo no existe,
y un verso dice "exite la eternidad sin huecos"

 

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