lunes, mayo 23, 2005

Olvido Justiciero

Plural ha sido la celeste historia de mi corazón, de nada he de jactarme, mas que del fracaso, pero una vez más puedo decir que he vivido esa magia, la magia del amor, de la esperanza de lo porvenir, mas no sé de que me sirve.
Se puede vivir una vida sin conocer a un chino y son mil millones, podemos vivir en un inmueble y no conocer más que a uno o dos de nuestros vecinos, pero no podemos desconocer la enorme fuerza del amor en cualquier vida.
La pasión más fuerte es la del amor, porque hace que dejemos todo por un momento de goce soberano.
La mujer, que es telúrica, aporta su serpiente y su manzana, nosotros los hombres, que somos celestes, el anhelo, el deseo, el salir de nosotros mismos, para ser mas.
Aquello bien podría haber sido el principio de una dinastía, afortunadamente, fue sólo el fin de una larga amistad. En nuestra larga coexistencia dos veces me inoculó el veneno que devuelve la vida, una, cuando llegó, la otra, cuando se fue.
Agradezco el magnífico favor que me hizo, por ella, hace tiempo, volví a creer en el amor, por ella, hoy, sé que es posible sin ella.
Que efímero es todo en la vida, hace seis meses era el centro de mi mundo, hoy es tan lejana que ni siquiera alcanzo a divisarla. Hacía mucho que estábamos uno al lado del otro, no juntos, la costumbre se pega y el cartero hace mucho que nos relaciona, pero los carteros nunca entienden nada. Hubo un momento, sí un momento, en que, mágica, misteriosamente empecé a ver dentro de las ventanas suyas, de improviso se abrieron y sólo salía frío de ellas, el frío de la falta de amor, del desapasionamiento, pero no conmigo o con el amor, con la vida.
Su sonrisa, que antes fue vida y esperanza ahora era un eco redoblando, una ola flexible que pierde su equilibrio y cae otra vez sobre las olas. No me ha hecho falta esta vez, cometer algún desatino, ni incorporar a un tercero en la escena. Respeté la integridad del sentimiento ya ido. La tranquilidad de no ser el más raptor.
Cuando no fui prisionero de la tiranía del deseo, la dejé, sin miedo ni esperanza.
Estábamos de vacaciones en la playa, era un verano muy especial, quizá vivido demasiado en público, y a nuestro amor le ocurrió lo que dice el poema de Quetzacoatl: “desapareció por el lugar donde el agua se junta con el cielo”.
El mar parecía una sábana arrugada, el sol caía y, allí, en ese momento, decidí desertar del amor, sin tener otra piel donde ir, teniendo por único testigo, la indiferencia del mar monótono, que está solo, quieto, lejos. ¿Qué escondida valentía me movió? ;era transformar el resto de mi vida en un campo de batalla, sin esperar capitulación. En ese estado de beligerancia los dos perdemos, los dos ganamos, no hay botín. Hubo una respiración de ternura. Su lengua, que no tiene retorno, le dio fuego a todos mis olvidos.
Fue un golpe de estado libertario, no salía de su asombro, jamás pudo imaginar, ni en sus sueños más extraños, que fuera yo quien diera por tierra lo que había construido, porque yo lo construí, ladrillo a ladrillo, gota a gota de sudor, lágrima a lágrima, a veces reprimido y otras, clandestino a su mirar, siempre llanto. La soberbia o la frialdad, más que el asombro, le impidieron mirarme siquiera, dijo alguna palabra, que mas bien sonaba a insulto, aunque debo confesar que no lo era.
Como decía Oscar Wilde, uno debe ser un poco improbable.
Vuelve veladamente, a ser la que fuiste, déjame ser el que soy.
Quizá se vaya, otra vez, con un guapo moreno de dientes muy blancos y nariz empolvada, casi un favor; intentará, con éxito, acostarse con algunos de mis amigos, vindicta provechosa para más de uno. Lamentablemente, ya no puede afectarme. Así de lejos está.
Lo terrible de las mujeres es que con su presencia, nos hacen notar el enorme vacío en que vivimos.
Renace la esperanza de compartir otra vez nuestros destinos, no importa con quién, nadie es intercambiable, excepto los candidatos que son las mismas caras nuevas, otra vez.
Cuando niñas las mujeres, que ya son princesas, sueñan con encontrar un príncipe azul; los hombres, en cambio, somos marineros, corsarios, filibusteros y siempre soñamos con sirenas, tras ese canto de sirenas ponemos sino a nuestra vida. Se trata, simplemente, de encontrar un soñador para un sueño acompañado.
Soy optimista sobre la libertad, que es una forma de ser optimista con el porvenir, yo la he amado, yo he sido feliz,¿ porque convendría sufrir?. La pérdida no es esta pérdida, son antiguas pérdidas, son viejos adioses que regresan con determinación desde el barrio del invierno, eclipses en la memoria, soles que desaparecen repetidamente, no es la primera vez, espero que tampoco sea la ultima.
Son momentos que, cuando pasan, vienen a poner orden en el discurrir de mi vida.
No tomaré malos ejemplos, y casi sin proponérmelo, continuaré existiendo.
¿ Qué se le regala a una ex esposa? Tal vez, olvido justiciero.

"La mujer es puerta que da otra vez a uno mismo, al que hay detrás de ella".
Francisco Umbral

SALUT!!