Sali a cenar con unos amigos
Salí a cenar con unos amigos, éramos diez, seis de nosotros mujeres. Nos vemos seguido, pero ellas, que todo nos lo descubren, tienen siempre la capacidad de mostrar un lado diferente, que creen obvio, y que a nosotros nos sorprende y desesperanza al unísono.
Todas ellas, menos una, suman más pudor soberbio, maquillaje exigido, fantasías freudianas, soledad de noches desiertas y días irrevocables, que el resto de occidente.
Tienen lo marchito de la treintañera belleza derrotada en la espera, esa compostura duramente conseguida, pretendiendo ser la última coca cola en desierto, con el color del domingo por la tarde, cuando todavía no es noche, con el aroma del lirio malva, con ese demasiado arreglo, que denuncia a las claras, que no las quieren bien, que no las han querido bien; con sólo mirarlas a los ojos, ojos que reclaman, se les nota.
Pasado ya el plato principal, entró al restaurante una mujer joven, quizá de la edad de las presentes, bien vestida, bien peinada, bien acompañada, pero con una cara de culo que espantaba. Mientras esperaban una mesa, la observé, la expresión de su rostro no era producto de un enojo temporáneo, ni de una incomodidad, era una actitud certera, cultivada.
He ahí una tendencia de sus contemporáneas, la de la histeria mal entendida. La del no para si para acabar en no, cuando la fórmula, cuasi matemática es no para si acabando en si.
Una vez que se ubicaron a una distancia prudente, hice el comentario en la mesa y una de las comensales dijo algo remanido, como toada frase hecha, con el desparpajo que sólo otorga lo natural y sabido: - No te confundas, la histeria seduce.-. Lo dijo con la arrogancia de la intemperie emocional, con la desidia altanera del desamor, con la solidez del orgullo de no querer claudicar, con la altivez de la angustia lúbrica. Ensoberbecida de soledad.
Lo inapelable de este pensamiento (¿?) Evidenció lo poco que sabemos y lo mucho que creemos del sexo opuesto. No debemos dar tantas cosas por sabidas.
Sin embargo es una verdad; claro que la histeria seduce, es más, la histeria es sacrosanta.
A los hombres, ciertamente, nos gusta, pero la histeria verdadera, constrúyanme un castillo de histeria, no un remedo confundido en el enmascaramiento del mal humor.
La felicidad es el humor, no es que la alegría haya desplazado a la felicidad, me refiero al humor, no como algo festivo, sino como disposición: el buen humor, que es perspectiva.
Pensando en por qué elegí a muchas de las mujeres que elegí en mi vida (todas, bah), el factor preponderante fue el humor, y su manifestación: la risa, que es perspectiva.
Me gusta el humor masculino en la mujer, que la hace más femenina. Es como cuando una mujer desnuda se pone una camisa de hombre: es seducción, que es perspectiva.
Digo humor y digo seducción, actitud y juego, un juego que requiere de espíritu deportivo: Fair play. Dentro de ese juego limpio, ciertas trampas han de aceptarse; el falso control de la situación, la voz suave y protectora, el abrazo envolvente, las sonrisas fraudulentas, las miradas de pasión falsaria: los fuegos de artificio.
Estos fuegos, como todos los fuegos, no pueden, no deben prolongarse ni deformarse, tienen un tiempo y una medida justas. Eso es lo que transforma en un seductor/a al que lo es, el manejo de la mesura.
No existe cosa peor que aquellas personas que tienen el gusto de inflamar el animo de los otros, para luego emprender la retirada. Como candidato soy fácil o imposible, nunca difícil, si no tengo interés, no participo del juego. Doy y exijo fair play.
El alma humana son el deseo y la seducción, eso hay que respetarlo mística, religiosamente; Hacer otra cosa es burlarse, que es como burlarse de la poesía, hasta burlarse de la mala poesía es una canallada. Entender esa parodia de histeria, como forma de seducción verdadera, es una canallada.
Esto forma parte del enorme daño hacho en los cerebros inmaduros por psicólogos mujeres que escriben en revistas femeninas semanales (un cóctel explosivo de consejos para padres, bodas reales, sexo explicado, dietas, etc.). La interpretación y el conocimiento del “universo masculino”, del gusto masculino, del temperamento masculino, y de la masculinidad toda es, si no fuera trágico, cómico. Es más, de risa.
Uno concluye, tristemente, que estas mujeres, casi deleitables, que traen el corazón desgarrado, la ilusión hecha jirones, que traen la cadencia de la decadencia, de la piel que ya no es fresca, pero que puede serlo con un toque de esperanza, con un soplo de amor, de ese amor cachondo reparador, estas, mujeres, digo, son lo único “disponible” para un hombre como yo. De ser esta la realidad circundante, ¿qué puedo encontrar en común? Ni siquiera un perro de la misma raza. ¿Cómo esperar a la pestaña escorada invitante?¿Cómo llegar hasta la primavera de su cadera? ¿Cómo, si no entienden la lengua en la que hablo?.
Mucho me temo que la mitad izquierda de mi cama permanecerá vacía. En el momento de escribir esto, serrucho en mano, me apresto a eliminarla.
Al final, luego de caminar unas calles, terminamos en una heladería de moda. A qué mayor explicación, no lo entendieron, no lo entenderían. Después de todo, el frío del helado conforta. No es lo mismo, pero conforta. Habrá que joderse.
Señoras, no quisiera importunar, ni convertirme en un evemerista, pero cuando quieran seducir miren, miren bien, hacia los hombres. Con una sonrisa.
El de sabayon, tirando a rico. El de limón también.
“La mujer no sirve para dandy, porque siempre se queda en escaparate”
Baudelaire
Salut!!
1 Comments:
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