sábado, agosto 15, 2009

Androceo y Gineceo

En esta época en que eso es casi demodé, en que la liberación femenina ha logrado elevar a la mujer a la categoría de ferroviaria o barrendera, en que el parnaso es de los televidentes o coprófagos, que es lo mismo, gracias al destino de mi soltería reciente, y por la vieja costumbre de unir la soledad a las cosas, asisto a reuniones sociales. Las hay de las mas variadas, y acudo a casi todas, las grandes damas y sus pequeñas cenas (las grandes damas dan poco de comer: la abundancia es una vulgaridad) amigos informales que piden empanadas y cada uno lleva una botella de vino, o aplicadas esposas intentando colocar a su amiga collarona, recién divorciada con tres hijos. Estas ultimas son las mas favorables, ya sabemos a qué vamos, la vida es corta, la paciencia nula; en las otras hay nuevas posibilidades, cuanto mas numerosas son esas reuniones, mejor es la perspectiva, aunque están las conocidas de siempre, esas que es la tercera vez que casualmente te cruzan en un grupo o las intocables y también, las bellas desconocidas, que son la más inquietante y perfumante herborización de una fiesta.
En una, ya no recuerdo cual, me topo con un ejemplar de esos que creía que no existían mas, esas mujeres deseables, que ya no se cuecen al primer hervor, con buen cuerpo, quizá un demasiado arreglo y el gesto esquivo, de esas que ni siquiera sonríe ni sonllora, como decía Juan Ramón, ese aire indiferente, lejos de desviarme, hizo que me acercara; me entero que es una joven profesional exitosa (eso de joven es una galantería, claro) esas mujeres que van por el mundo clamando su independencia tras el cutis de porcelana falsa que tan bien les queda. Rápidamente entablamos una conversación de lo más expansiva, de esas forzadas, llenas de sonrisas seguras y chistes de rigor. Noto que sus preguntas eran arteras, quizá estudiadas, o fruto de la dilatada experiencia, todas se dirigían al lado izquierdo de mi pecho, donde tengo la billetera.
Sacándole misterio al misterio, en medio de lo blanco, la odiosa premeditación hace patente fines oscuros, evidentes pero negros, poniendo precio a sus actos, haciéndose recompensar sus afectos fingidos al hombre, pretende conquistar con la triste apariencia de un juguete roto. Naufragio inverso de rescatarse de la mar del desamparo. Así es como los solos se van quedando más solos.
Nunca entendí si su propuesta era amancebarse o casarse, entendí inmediatamente que tenia que pagar, eso si. Disculpen mi ignorancia o candidez, pero el sentido común o algún otro sentido, recóndito, me obligó a salir corriendo; sin esfuerzo alguno, cuando la beocia es evidente, cuando el truco se muestra descarado, fuera de mayor proceso, porque hay mucho de subestimación en el artificio, nada bueno puede ocurrir; soy un ser moral y no se me puede culpar, todos alguna vez levantamos un tomate y lo creímos una flor. De ahí a regarlo diariamente hay un océano mundo de distancia.
Evoco a esa amiga, casi tan joven como yo, casada con un señor mayor, generoso a la fuerza, convertidor de frotaciones en armiños, pero ella insiste infructuosamente en hacernos creer que él la contiene, que hay una conexión y esas excusas que uno ha escuchado tantas veces en su cama y no me refiero, claro, a las banalidades del freudismo sobre la búsqueda del padre, y asuntos que tan sabiamente resuelve de forma semanal la editorial Atlántida. Los hombres siempre supimos que lo mas barato es pagar. Lo que pasa, y pasará, porque es episódico, es que hay mucho forro suelto que prefiere pagar a sentir, y a que sientan. Es una situación manejable, como la muerte. Fácil, como el funambulismo.
Mas tarde, indago alejado, busco y reclamo, pero no hay un rastro en aquella mujer que nos sugiera el arpa violenta de su amor adolescente y armónico, no hay sensación de frescura y asimetría, de aquella joven desvergüenza, que debió haber, nada; ni siquiera un rapto de ingenuidad, la mínima espontaneidad del deseo al menos.¿Donde ha quedado la bella violencia de las hembras? ¿Sabrán los cerezos alguno de sus secretos?
En el mejor (o peor, decidan ustedes) de los casos, queda claro eso que decía Laforgue: “la mujer, en el fondo, es un ser usual”. Puede uno enamorarse de lo etéreo, de una pollera presta a volar, de las manos gráciles, de un profundo irracionalismo, de una inteligencia felina, de una mirada devastada y prometedora a la vez, de una voz que siempre parece sonar bajo la ducha, y de repente nos encontramos con la nueva señora de García, mucho gusto, el gusto es mío.
O como en este caso, a alguien que dice no resignar su independencia, ejerciendo la facticidad de la vagina emancipada, mientras un boludo paga. O más de uno, mejor.
Como dice un viejo dicho español, es tiempo de callar y coger piedras.


“Lo que defiende a las mujeres es que piensan que todos los hombres son iguales, mientras que lo que pierde a los hombres es que piensan que todas las mujeres son diferentes.”

Ramón Gómez de la Serna