Elisa Carrió
Era esperable, incluso entre quienes su figura nos parecía interesante, que descarrilara, no por, sino en su condición de mujer, pretendiendo una gracia, desvelando un entendimiento doméstico y sexista de la realidad.
Ella, que nos resultaba mas fraterna y centrada que la candidata oficial, queda expuesta alarmantemente por el estado de conciencia -o de inconsciencia- que refleja una frase ineficaz, un chiste que también tiene un punto de mala educación y un discurso de Doña Rosa barrial que le permitirá hacer gran carrera dentro del cupo femenino correspondiente, pero inadmisible en alguien que pretende la presidencia de un país, incluso el nuestro.
Según Goethe, toda opinión es nieta de un juicio, y no es gratuito que el diario oficialista ponga este tema en tapa, ocurrió en una reunión con empresarios, mayormente varones, que por caballerosidad, educación o interés, festejaron con risas y aplausos. ¿Para esto lucharon por la liberación? ¿Se soportaría este comentario referido a las mujeres en un hombre?
Se ha lanzado, no a ser ella misma, como quisiéramos, sino a ser una mediocre e innecesaria imitación del mal gusto chocarrero que impera en la política, y en la sociedad toda, claro. El gran aporte de la mujer a la política acaba siendo un chiste de peluquería, escrito por Sofovich.
No es posible que tan feliz definición se le haya ocurrido a la señora Carrió así de golpe, como si nada, en un momento destellante que jamás hemos tenido ningún escritor. Las cosas más profundas le brotan a uno por eso que dice Goethe, porque un juicio remoto y acuñado aflora de pronto en nosotros en forma de opinión. La goethiana señora Carrió emerge del fondo sucio, del albañal popular feminista donde se considera al hombre una bestia eunucoide, que solo sirve para un par de cosas, y una no la hace bien, o es muy rápido.
Esa pretendida superioridad femenina en la manipulación de los hombres, a mas de ser patética, expondría algo que no creo enorgullezca a ningún ser humano decente, y a las mujeres tampoco.
Uno preferiría no avivar gilas, pero no es precisamente esa una virtud, salvo en determinadas gotas, que, dicen, horadan ciertas piedras.
Con un rubio cardado de la peluquería de su barrio, con esa mirada nerviosa hacia el costado siempre, como si vinieran a buscarla para un secuestro, con esa ausencia que concretase su alegría de Semana Santa, se eleva la señora a los altares de la vulgaridad osada, del mal gusto improcedente y de la jactancia barata, sinrazón de argumentos, gracia de churrasquería.
Un desastre, como cuando a los 9 minutos de proyección descubrimos la trama completa de la película, ya nada tiene sentido, ya nada nos sorprende.