viernes, mayo 22, 2009

Finde

Con la llegada del día feriado adicional al sábado y domingo, que los de España llaman puente, me vi impelido durante toda la semana, por la mayoría de los que me rodean, a sumarme a la consagración de dejar la cuidad para ir a otra cuidad o incierto sucedáneo, a realizar las mismas actividades que bien podría hacer acá, solo que a 400 kilómetros de distancia y sumando compañía imprecisa. Mi negativa rotunda me expuso a las más variadas formas de coacción, que no excluyeron ni la mansa invitación, ni el clásico chantaje hembruno.
Y es que se ven en la obligación de hacer del ocio un viaje, o algo, parecen querer huir, no se sabe de que, ni cómo, pero los llama el traslado, se mueven, y entonces creen que se divierten, como la gilada haciendo un trencito humano en las fiestas, ese tipo de diversión impostada, las mas de las veces heredadas, como la misma obligación de unirse a la manada y ganar las rutas suicidas , congestionar terminales de tierra mar y aire, para apresuradamente tener que regresar en menos de 72 horas al destino gris, cobarde y ergástulo de la burguesía mediocre.
Mas allá de la habitual rebeldía que me inspira el rebaño, reconozco cierta incapacidad; nunca pude relacionarme con el paisaje natural, y no es que no tenga temperamento contemplativo, pero la naturaleza no exige nada, uno esta frente al bosque encantado, al mar inconmensurable, o a la prominencia de la montaña, y ese paisaje nada exige de uno, se me dirá que por oficio debiera, acaso, hacer el esfuerzo de transmutar eso en alguna variedad del plectro, pero mi intención es otra, no quiero dejarme estar, quiero ser, que es mas interesante, todo movimiento se me hace sobrante, sin decir, ni abatir, el destino anacoreta de mis pasos, será por eso que la naturaleza no me gusta, yo exijo y espero que me exijan. En eso estamos.
Aclaro, para aquel que no me conozca, que he recorrido en profundidad, y también en extensión, todo lo que el bolsillo y la curiosidad quisieron, sin transculturizar, sin forzar, sin invadir, eso tampoco me transforma en un cínico superado de las novedades, pero hemos de reconocer que tampoco mar de ajo es una terra incógnita.
Soy eminentemente urbano, Buenos Aires es mi metáfora del mundo, y esos ojos diáfanos, paisaje suficiente. Si voy a perder la libertad, que sea libremente.


P.S.: Releo antes de apretar el botón publicar, y veo negaciones de negaciones, y adverbios, y palabras inútiles, concordancias forzadas, y uno lamenta no haberse empapado mas de gramática, latín y griego. Me felicito por quedarme en casa este fin de semana.

martes, mayo 12, 2009

Ayer

Ahora, que es como si el mundo estuviera ya resuelto, Umberto Eco escribe sobre historia y Derrida deconstruye, aparece esa pieza que desarma el tablero que tanto tiempo llevo ensamblar, desde el remordimiento, desde la angustia lubrica, busca un amor último entre todos sus primeros amores. Vuelve a la Argentina, como si eso significara algo, como si los continentes, los viajes, los hospitales, los barcos, los aviones fueran algún tipo de legitimación de la distancia.
Welcome and tell me all about yourself, así me dijo, y le creí, creí que le interesaba, creí, acaso por costumbre de creer, por creer o por costumbre.
Fui gustoso, caminé, como nunca camino, por ir a un lugar, en ningún tiempo importó mucho el llegar, pero esta vez iba apresurado, con esa sensación pavorosa de lo inaugural, aunque fuera la segunda vez, la segunda en nosotros, claro, porque seria interminable para cualquiera recordar cuantas veces es esta primera vez.
Volver al viejo barrio, a la misma calle, recorro en la memoria el encarnado camino, discurro en el rumbo ya sabido. Poco cambió, el paisaje se empecina, como nosotros.
No había ineditismo alguno, simplemente intentamos ver que éramos ahora, con el tiempo incumplido, con la vida que nos pasó, y nos pasa. Dudosamente me reconoció desde la esquina, y, juro, la vi igual, diminuta y maleable, como siempre, esquiva y satisfecha, así, como nunca. Yo, de príncipe azul, a viejo verde, sin escalas; ella, trazada por los años, con su sonrisa de sal, aun revive cualquier crepúsculo.
Ya no son esos momentos esplendidos en que uno podía convertir a cualquier mujer en una esposa vistosa. Ambos lo sabemos.
Tiene miedo, apenas lo dice, recuerda aquello que hizo que no pueda ser, porque siempre intentó doblegar eso que la atraía, inadvertidamente me cuenta como triunfó en la vida, como si no lo supiera; se describe, otra vez y llega dócilmente como loto que emerge en los estanques del olvido a un presente anheloso y sorpresivo.
Sin piedad, sin compasión, nuestros ojos se miraron, y de nuevo fue posible. Con Alonso Quijano, con Cyrano de Bergerac, con Isidoro Tadeo Cruz, con ellos, y lo que queda de mí, vindico el gesto, cuando ya nada se espera.
La realidad a veces es más fuerte; si no fue verdad, finjamos que lo tuvimos, porque eso está.
Contemplando mansamente los restos del naufragio, recién llegadas las primeras luces, adereza bellamente lo ocurrido, apenas tomamos ese café que sigue siendo negro, con poco que decir, sin nada que perder.
Tal vez por eso, se va. Sigue yéndose.
El pudo haber sido ¿pero que es eso?
¿Alguien acaso lo sabe?

…falta sempre uma cosa, um copo, uma brisa, uma frase,
e a vida dói quanto mais se goza e quanto mais se inventa.


Fernando Pessoa