Agua
Todos los puertos tienen algo de isla, de esa vida diferente, substancial, irrigada, demasiada vida al borde de lo clandestino, de contrabando, recónditamente desconocida y cóncavamente familiar.
Se deben tomar las medidas necesarias.
Es un cuaderno de apuntes que nos llega desde el fondo de las buhardillas esenciales del autor. La mayoría son notas confesionales, que barruntan entre el patetismo y la frivolidad, surgidas de donde surgen las cosas buenas que son los libros, el amor: la vida; otras reflejan su mirada, su ángulo, sobre temas banales o no, poniendo y proponiendo su perspectiva. Instantáneas de la realidad emocional y encuentros con el pasado en el recuerdo.
Todos los puertos tienen algo de isla, de esa vida diferente, substancial, irrigada, demasiada vida al borde de lo clandestino, de contrabando, recónditamente desconocida y cóncavamente familiar.
Se deben tomar las medidas necesarias.
Era una de esas pocas mujeres a las que reírse le quedaba mal, la boca y la cara toda se tornaban en una mueca del infierno, no es que fuera muy fea, tampoco linda, su sonrisa no expresaba nada cercano a la alegría, le quedaba muy mal sonreír, acaso la falta de costumbre, su vulgaridad, la pose, o simplemente eso, la hacia más fea de lo que ya era. Hay un proverbio húngaro que dice que a las personas buenas les queda bien sonreír y a las malas no.
Esa mujer, no otra, fue la que me dio la noticia; la escupió, me sonó a grito e insulto, pero era nada mas que la confirmación de algo que ya sabia hace mucho, todos los esfuerzos eran vanos, se iba a morir, si no era un día, seria al otro, pero el destino es inevitable.
La simetría de la situación es lo que estremece, yo ya pase por esto, yo ya lo viví, y sin embargo es siempre nuevo, el desgarro nuevo se hace sobre el callo del viejo, es mentira que hay un umbral que traspasado, ya nada importa, es mentira.
Otra vez el viejo dolor nuevo de tener que simular templanza, escuchar a amigos y parientes diciéndote cosas por tu bien, y no se dan cuenta que en ese momento uno no quiere nada, ni por mi bien, ni por mi mal; lo único que quiero es desaparecer hasta la próxima encarnación, en la que a lo mejor me toca ser una avispa y las cosas me importarán menos, o nada, que es como dicen los que saben se debe vivir. Mientras tanto, en esta vida, la estoy pasando mal. Muy mal.
El destino se empeña en no darme vacaciones, en no parar cinco segundos después del uppercut, a ver si me puedo levantar, cuando todavía no abrí los ojos, viene de nuevo la trompada. Y así.
El instinto de supervivencia es, en mi caso, masoquismo. Solamente la patología explica porque no termino de reventar en circunstancias como esta, y uno esta tan mal educado que se contiene, que casi no hice un gesto, que mantuve la mirada firme, que solo me temblaron un poco las rodillas.
Un amigo dice que la paciencia es un recurso no renovable, y tiene razón.
No estoy ya para soportar ciertas cosas, la mayoría.
La única ventaja es que esta vez estaba con una copa de champaña en una mano y con un canapé en la otra.
La injusticia fue tener que escuchar que se murió, que la persona amada, antaño claro, pero muy amada se murió, y lo vomita una estúpida en un cocktail a beneficio de no sé que animal extinguiéndose (lo mismo da que sean focas o liebres), lo dice con la naturalidad que habla de su dinero, de sus amantes o de su dieta, como un acontecimiento mundano sin ninguna importancia.
Claro, para ella no tiene ninguna importancia, siempre la envidió, sentía celos de su inteligencia y de su hermosura, pero que importa ahora, si ya murió. Lo único presente es la muerte en todas sus manifestaciones, en la real, y en la de todos aquellos fantasmas que llegan, por que van a llegar, para recordarle a uno que es un humano, nada, un simple ser en medio de la complejidad huyendo de las sombras e internándose cada vez mas en ellas.
Miedo, debe ser eso. Si no es miedo prefiero no averiguar que es.
Se murió che.
Yo sabia el viernes cuando pregunte por teléfono, a escondidas para que el alborotado que tiene de marido no hiciera una escena, yo sabia que era la ultima vez, lo supe al tomar el tren, lo supe cuando bajé y me alejé de la estación por el camino que tantas veces hicimos juntos (tres veranos inolvidables), lo supe cuando encendí el hogar en la casa y el fuego de la chimenea no alcanzo para calentarme el alma.
¿A que mierda fui?, me preguntaba.
Esas ceremonias particulares estúpidas, por lo de ceremonias y por ocultas, pero ineludibles. Como la muerte.
En el pueblo no hay un solo bar abierto. Así que me emborrache solo, que es como nos emborrachamos siempre.
Pase tres días mirando al cielo y al mar, mirando solamente. El martes por la mañana, temprano, que es como se toman las peores decisiones, pensé que ya era demasiado, que me iba a morir cirrótico, y entonces volví.
Era mi forma personal de despedirme, apenas sabiéndolo, de ella, recordándola en un lugar donde fui feliz, creo que también lo fue, aunque siempre quiso disimular para no mostrar las cartas.
Mis amigos me cargaban, que era una calentura, que ya se te va a pasar, mi familia miraba para otro lado, ella nunca supo, pero yo la amaba, nunca fui tan feliz como esa temporada.
Ella no era buena, conmigo ni con nadie, incluida ella misma, pero yo la amaba.
Que caso tiene ahora reprocharle todas aquellas cosas que están guardadas en un rincón del desván de la memoria, en un rincón oscuro. De que sirve desempolvar, si el plumero es la angustia.
Hoy es martes, fue el sábado, ¿tendría que llamar a la familia, visitar al marido, a las hermanas? No.
Uno tiene que quedarse a un costado, pasar lo más inadvertido posible, llorar sin que nadie me vea, recordar en silencio, rezar en una iglesia vieja, no mencionar su nombre jamás, pensar en lo que pudo haber sido, tomar nuevos riesgos, lamentar lo que fue, en una palabra: sufrir.
Nunca imagine que me iba a doler tanto. Era una de esas cosas ya superadas, de esas cosas que ya pasaron, y sin embargo duele.
Y justo en el medio de esta reunión de pelotudos, escucho la noticia más importante de mi vida, teniendo que sonreírle a una anciana adinerada que me cuenta como su perro aprendió a comer helado. Era tan importante la noticia porque sin saberlo, siempre tuve la esperanza de... la esperanza.
La esperanza contiene espera, y eso es lo que hago hace bastante tiempo, esperar a que se desenrede la madeja. La misma madeja con la que antes tejía.
Y justo ahora se tenia que morir, como si hubiera un momento oportuno, pero justo ahora.
Que cagada
Caminábamos por la parte nueva de la ciudad con la soltura que mueve conocerse de toda la vida, la serenidad que da el saber que ninguna palabra será mal interpretada, que ninguna otra intención será encontrada, con la tranquilidad de estar tranquilos.
Esa prorroga forzosa, el destino, que nos aleja de la realidad, una vez mas, hace que nos comprendamos deseables.
Reina republicana, la tirana me invita a meterme con descaro en lo mas adúltero de sus sabanas.
Tus ojos, ignominia en el lujo de la belleza fecunda, sobresalen sin miedo en la casa grande, la vieja casa cubierta de oro. Después de todo, el oro es para empeñar.
Una cazadora de momentos y un falso elegante van al encuentro de la tarde, apenas interrumpidos. Crecederos con los cuerpos, florecen en el aliento. Sin aliento, se ramifican palatables.
Casi lo pasan bien, tampoco es importante. El encuentro no fue casual ni fortuito, fue consecuencia prolija, observancia barroca, claro cumplimiento de un rito redundante, pero ineludible.
- no quiero mas tu cuerpo, nada nuevo puede ofrecerme, voy por tu alma.
- ahora esta todo solucionado.
- no, ahora todo es peor.
Los dos están acostumbrados a ganar sin jugar. Los dos saben perder.
Nada debo proponerle, seguramente se ira tras de otro peor. Y así nuevamente. Abril calladamente esta en sus ojos, con claror de fondeadero y sabor de mar antiguo.
Los chinos dicen: tenés que elegir, o postre o comida.
Si me preguntan cómo era, solo recuerdo un mechón de sus cabellos
Quiero apagar todos tus fuegos, quiero encender todas tus hogueras. Juguemos a ser niños, seamos lo suficientemente molestos para la sociedad, envolvámonos de juguetes, entonemos dulces canciones, saltemos por la clara libertad, te invito a descubrir la espeluznante creatividad de la existencia, y abandonemos los límites dentro de los cuales la mayoría de la gente se encierra hasta que no aguanta más, y estalla.
Hagamos algo definitivo, no importa qué, ni como; algo irrenunciable, algo irrevocable; tiñamos al futuro con el siempre nuevo esplendor del pasado; llamemos a la realidad, enfrentemos a la propia muerte, a lo inadvertido, echemos lejos a nuestra sombra. Hagamos, de una vez y para siempre.
Los desenfrenados solemos tener cada tanto el capricho de un amor perdurable.
Uno aprende muy poco, el tiempo no siempre es generoso con uno, ni con nadie, es tan difícil asimilar los cambios, o lo que es peor, generarlos. Encontramos gente que vive atrapada en su libertad. Que ha decidido, o eso cree, que el lugar de mártir es el que conviene; que se envuelve en sombras lorquianas fúnebres, que arroja por la borda la dignidad mínima y, perturbados, se sitúan en la amargura.
Hay un sufrimiento que anuncia y explica, que forma y templa y hay otro que es patológico, que sólo es una excusa para no ser feliz e intentar que todos los que están alrededor tampoco lo sean.
Han caído tan bajo que pretenden que los otros están a su nivel.
Fijate bien dentro tuyo, quizá exista una de esas personas que prefieren no enterarse de lo que pasa, que no quieren ver películas dramáticas, porque se ponen tristes; que prefieren no saber si su marido, o su esposa los engaña; que eligen no ver si un hijo se droga; que siguen escuchando la misma radio siempre, por costumbre, aunque no soporten hace mucho al tipo que habla. No dejes que te confundan, hay gente que no quiere saber, no es que no lo sepan.
“un golpe de dados no abolirá el azar”
Mallarmè