Enrique Pinti
Enrique Pinti, con ese humor que lo corroe y lo ahoga en la obesidad apenas contenida; con esa doble papada de Papa, que los hace más Papas; con esa agudeza que lacera cómplice; con esa rara honestidad, honestidad desvastadora que sólo los homosexuales pueden tener, se ha instituido, por ingencia, en el faro de la lucidez, no ya elucida, si no que guía a la lucidez hacia el sentido común.
Con la simpleza de lo natural y sabido, de lo evidentísimo, nos escupe en la cara nuestra imbecilidad, nuestra absurda pretensión de, sin modificar nada, querer cambiar el futuro.
Nos divierte y atormenta, nos arranca la risa desde lo mas hondo del pecho, con una mano-garra descomunal de oso peluda, de oso feroz bueno, que destroza brutalmente la entraña inaccesible, y nos deja sangrantes, obscenos, riéndonos, con cierto amargor de boca en el zarpazo, que tiene algo de contraproducente, por que inmoviliza. A veces impacta en exceso.
Atravesado por corrientes encontradas, quiere mucho al país, pero se harta; es, quizá, al único que le permitimos nos diga en la cara pelotudo, y, como si tal cosa, sonreímos, algo de razón (tal vez mucha) tenga.
Temprano nos alertó, contracorriente, aquello de que no se vaya nadie sin devolver la guita. Anticipadamente también, nos anuncia cosas que son difíciles de digerir, el humor como aderezo necesario, lo salva de la crueldad vana.
Como bien apuntaba hace un tiempo Francisco Umbral, antes nos engañaban con mentiras, ahora con verdades, y Pinti es un clarividente, con algo que se le perdona solamente al humorista, el ser despiadado hasta el límite último, sólo explorado por él, cuerda sólida que tensa a su gusto con la experiencia del teatro, del café-concert, de la Vida.
Salut !!!
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