Nombrando
Cuantas veces nadie me visitó, viernes tras viernes, para recordarme su ausencia inconmovible. Una galaxia entera, un mar océano, la cándida voluntad de alejamiento nunca fueron suficientes, la soledad y sus formas están, irremediablemente, aquí a mi lado, a la vuelta de la esquina.
Como metáfora mínima y graciosa, invento la víspera, como frágil realidad ensayo las legitimas maniobras de evasión, los simulacros son múltiples y variados, y la mejor estrategia, dicen los que saben, pasa por quedarse quieto; cualquier otra cosa, asusta, conmociona, y toda alteración pide rectificación inmediata, es menester, entonces, orientarse a fabricar recuerdos nuevos.
A cierta edad, es difícil deshacerse del pasado, sobre todo cuando ese pasado es tan presente, sin embargo, de buena fe nos mienten y llanamente nos mentimos; todos tenemos derecho a esos desfallecimientos, por cobardía o caridad, pero hay un momento en que hay que hacerse cargo, la espera de tiempos mejores nos retiene inútilmente; a veces es ineludible mancharse las manos. Si no es de esta manera ¿Cómo?
Lo único que vale es lo efímero, presente definitivo. En estas temporadas frecuento poco el pasado, acaso por temor a la nostalgia, poco derecho ya hay a la esperanza, así que prefiero ejercerlo hoy, al cabo, sé que comer pan es, también, soñar un mundo fabuloso. Si no es ahora ¿cuando?
Cuando los fines son claros, los sentimientos reales y fundados, sin aviso, ese misterio heredado de la ausencia se transforma en vida.
Desde la distancia apenas se vislumbra el resplandor de la verdad, que es la poesía, y es que uno pide, exige verdad, decir y actuar la verdad; acaso lo que más he ganado a lo largo de los años es en sinceridad, sin la trampa de la impertinencia. Si no soy yo ¿quien?
La perseverancia ingenua, la vocación por liberarse de los lastres, la búsqueda de la complementación en la armonía rara, al fin, logran el prodigio de la renuncia voluntariosa a la rutina y sus mínimas certidumbres. Desde el desasosiego de mi casa, escapo del conformismo vomitando la neurosis en papeles.
Escribir es un oficio de samuráis, cuando no relegamos, creamos. Una cosa es la maquina de vivir y otra la maquina de escribir, se me dirá acaso que es gratuito, y responderé que si, que justamente de eso se trata, de absoluta gratuidad. Liberarse a la casualidad y al azar, libertarse al desoído deseo. Legitimarse en la propia piel manuscrita.
A la gente con etiquetas le molesta mucho que haya algunos que quieran librarse de ellas. Ofrendo, desde el velo, dignidad, arrojo y dulzura. Si no es aquí ¿Dónde?
Fui aroma en la tarde una vez, fui imprescindible, fui olvidable, fui un compromiso, llanto en la noche y, tal vez, una menguada respuesta, herida abisal, una colisión que eclipsa . A pesar de todo, siento que aún no he perdido nada.
Ningún tiempo es perdido si me trajo hasta acá. Todo tiempo es perdido si no estoy enteramente acá
Hoy me propongo feliz, disponible, esperanzado, ojo avizor, pisando la calle recuperada, y con toda la vida por delante.
No alcanzamos lo que queremos, alcanzamos lo que somos
“Las mariposas no duermen la siesta”
Ramón Gómez de la Serna