miércoles, abril 22, 2009

Nombrando

Cuantas veces nadie me visitó, viernes tras viernes, para recordarme su ausencia inconmovible. Una galaxia entera, un mar océano, la cándida voluntad de alejamiento nunca fueron suficientes, la soledad y sus formas están, irremediablemente, aquí a mi lado, a la vuelta de la esquina.
Como metáfora mínima y graciosa, invento la víspera, como frágil realidad ensayo las legitimas maniobras de evasión, los simulacros son múltiples y variados, y la mejor estrategia, dicen los que saben, pasa por quedarse quieto; cualquier otra cosa, asusta, conmociona, y toda alteración pide rectificación inmediata, es menester, entonces, orientarse a fabricar recuerdos nuevos.
A cierta edad, es difícil deshacerse del pasado, sobre todo cuando ese pasado es tan presente, sin embargo, de buena fe nos mienten y llanamente nos mentimos; todos tenemos derecho a esos desfallecimientos, por cobardía o caridad, pero hay un momento en que hay que hacerse cargo, la espera de tiempos mejores nos retiene inútilmente; a veces es ineludible mancharse las manos. Si no es de esta manera ¿Cómo?
Lo único que vale es lo efímero, presente definitivo. En estas temporadas frecuento poco el pasado, acaso por temor a la nostalgia, poco derecho ya hay a la esperanza, así que prefiero ejercerlo hoy, al cabo, sé que comer pan es, también, soñar un mundo fabuloso. Si no es ahora ¿cuando?
Cuando los fines son claros, los sentimientos reales y fundados, sin aviso, ese misterio heredado de la ausencia se transforma en vida.
Desde la distancia apenas se vislumbra el resplandor de la verdad, que es la poesía, y es que uno pide, exige verdad, decir y actuar la verdad; acaso lo que más he ganado a lo largo de los años es en sinceridad, sin la trampa de la impertinencia. Si no soy yo ¿quien?
La perseverancia ingenua, la vocación por liberarse de los lastres, la búsqueda de la complementación en la armonía rara, al fin, logran el prodigio de la renuncia voluntariosa a la rutina y sus mínimas certidumbres. Desde el desasosiego de mi casa, escapo del conformismo vomitando la neurosis en papeles.
Escribir es un oficio de samuráis, cuando no relegamos, creamos. Una cosa es la maquina de vivir y otra la maquina de escribir, se me dirá acaso que es gratuito, y responderé que si, que justamente de eso se trata, de absoluta gratuidad. Liberarse a la casualidad y al azar, libertarse al desoído deseo. Legitimarse en la propia piel manuscrita.
A la gente con etiquetas le molesta mucho que haya algunos que quieran librarse de ellas. Ofrendo, desde el velo, dignidad, arrojo y dulzura. Si no es aquí ¿Dónde?
Fui aroma en la tarde una vez, fui imprescindible, fui olvidable, fui un compromiso, llanto en la noche y, tal vez, una menguada respuesta, herida abisal, una colisión que eclipsa . A pesar de todo, siento que aún no he perdido nada.
Ningún tiempo es perdido si me trajo hasta acá. Todo tiempo es perdido si no estoy enteramente acá
Hoy me propongo feliz, disponible, esperanzado, ojo avizor, pisando la calle recuperada, y con toda la vida por delante.
No alcanzamos lo que queremos, alcanzamos lo que somos


“Las mariposas no duermen la siesta”
Ramón Gómez de la Serna

sábado, abril 11, 2009

Corin Tellado

Se murio Corin Tellado, y como mencion, simplemente, voy a reproducir una nota que publique hace unos años:


Desde siempre, y ya por tradición, acostumbro conversar con gentes extraordinarias de épocas pasadas. He venido hasta Asturias para encontrarla, y nada de lo que esperaba ocurre, encuentro a alguien palpitante, en plena actividad, un arma cargada de futuro jugando a la ruleta rusa con la vida. Como ella misma, los argumentos de Corín Tellado nunca se desarrollan en escenarios románticos, exóticos o históricos, sino todo lo contrario: tienen lugar en una época actual. Cada una de sus novelas es el reflejo de la realidad inmediata que nos rodea, de las costumbres al uso. La cita es en una confitería de esas donde las señoras meriendan una tarde de chismes y risas mojadas en té y scones, recubiertos por un piano indiferente. Ella misma, con sus grandes ojos de pétalo marchito con rocío delante, podría ser una más, pero no.
Se adivina una estela de vida urdiendo obstinada un pasado ocasional, acaso ilusorio, siempre distinto, pero con el regusto de lo sabido.
No somos los mismos, el mundo no es el mismo, pero se empecina rematadamente en ser el último punto inconmovible en una época en que todo cambia. Es como una joya con estuche de terciopelo azul y encaje, a las cinco de la tarde, o sea, invariablemente. Eligió, de una vez y para siempre la patria rosada de los sentimientos, no importa si es a través de libros, revistas o internet, es esa su morada permanente.
Quizá ya ronde los ochenta, que mas da, el tiempo va pasando, ¿o acaso no es un muchacho nuestro amigo de cincuenta?. Dice que tiene una de esas enfermedades que los médicos crédulos prescriben terminales, ella les responde, como hace más de cincuenta años, con diez páginas diarias dictadas a su nuera.
Yo, dandi insolvente, siempre tuve la tentación de menospreciar su obra, como yo demasiados. Mientras nuestros libros crían polvo en los anaqueles, los de ella, vida en las manos femeninas, y no solamente, por que no conozco a nadie exento de haber tenido, aunque mas no sea una vez, una historia suya entre las manos.
Le llamamos cursi nosotros, hombres maduros que lloramos en el cine.
Explora la ilusión, la simpleza y profundidad de lo natural y sabido. Cuando le menciono ciertos estereotipos masculinos me dice que los hombres así ya no existen. "Muerto Onassis, como no se saque cada una las castañas del fuego..."
Su voz es imperativa, al principio creí que estaba de mal humor, pero no, es su aire, el de una abuela mineral, severa, con el guiño cómplice de la picardía, porque aunque lo niegue, en lo suyo hay mucho sexo infiltrado, velado por la insinuación que la censura le impuso, creando, casi sin querer, ese estilo sugerente, que tan cachondas pone a las mujeres. "No es una cuestión de pudor, sino de estética... Mis mujeres saben quitarse la ropa con gusto". Especialista en contrabandearle sexo a la censura y besos a la vida, amor a la realidad, sentimientos a la sensatez. Transmuta lirismo en palabra escrita con estilo, sin mayor ornamento que la novela rosa. Literatura al fin.
Se enamoro una sola vez, y no de su marido. No tuvo más que un marido con el que se caso por despecho y de negro, sin amarlo.
¿Me pregunto cuantas personas en el mundo conocieron el amor por ella?.
Leerla es una forma siempre nueva de vivir de antemano las sensaciones y la sensibilidad, contadas como se viven, sin calma, pero con la prisa de las 200 páginas.
Quizá su pecado capital haya sido ser una adelantada, trabajó desde muy joven, cuando nadie lo esperaba, se divorció cuando nadie pensaba siquiera en eso, quizá haya sido hablar de sentimientos, cuando nadie se atrevía a hablar de eso.
La literatura romántica se basa en el yo, y ella lo exprime, sacándole sangre a sus recuerdos, sacándole lágrimas a su historia, inspirándose en la vida misma, purificando, en el fuego de la pasión. Nos miente, la mentira última del arte, con verdades.
La acompaño hasta el auto y juntos recitamos los versos que Hölderlin dedicó a las Parcas: “También ellos fueron felices una vez y es cuanto basta”.


"Uno cree que si el Príncipe de Asturias fuera un premio coherente (que lo es), el primero se lo tenían que haber dado a Corín Tellado, por asturiana, por escritora, por universal, por tía, por macho, coño"

Francisco Umbral (Diccionario de Literatura)



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viernes, abril 10, 2009

Un poema de Luis Alberto de Cuenca

NOCHE DE RONDA

En otro tiempo hubieras empleado la noche
en hablarle de libros y de viejas películas.
Pero ya eres mayor. Ahora sabes que a ellas
les aburren los tipos llenos de nombres propios,
que tu bachillerato les tiene sin cuidado.
De modo que le dejas tomar la iniciativa,
desconectas y finges que escuchas sus historias,
que invariablemente -recuerdas de otras veces-
versan sobre el amor, los viajes, la dietética,
su familia, el verano, la buena forma física,
el más allá, las drogas y el arte postmodemo.
De cuando en cuando asientes, recorriendo sus ojos
con los tuyos, rozando levemente sus muslos,
y elevas a los cielos una angustiosa súplica
para que aquella farsa termine cuanto antes.
Pasarán, sin embargo, todavía unas horas
hasta que, ebria y afónica, se abandone en tus brazos
y obtengas la victoria pírrica de su cuerpo,
que, pese a los asertos de tres o cuatro amigos,
será muy poca cosa. Y, cuando esté dormida,
saldrás roto a la calle en busca de una taza
de café gigantesca, maldiciendo las copas
que arruinaron tu hígado en la estúpida noche
y pensando que, al cabo, merece más la pena
no comerse una rosca y hablarles de tus libros,
amargarles la vida con Shakespeare y con Griffith.
O buscarse una sorda para que nada falte.

Luis Alberto de Cuenca