Censo
No se si alguna vez alguien le pregunto si estaba bien, si alguien alguna vez le dijo lo elegante que le quedaba esa corbata. En todo caso el creía que no lo necesitaba. Hace unos años que no vivía con la madre y eso lo consideraba una especie de liberación.
Se mueve lento, no vacilante, con esa actitud poco teatral del derrotado; a veces se preguntaba cosas sobre su vida - no, monótona no es la palabra- se repite mientras se afeita, siempre fue muy cuidadoso con su afeitada, con su vestimenta, con su peinado a la gomina, siempre fue muy pulcro, enormemente adecuado.
Hace un año es jefe de sección en la empresa, su antecesor se retiró y por simple escalafón o antigüedad lo ascendieron. Festejo con los tres compañeros en el bar de la esquina, y volvió a su casa, estaba satisfecho.
Ese viernes fue diferente, salio de la oficina a las 5, como siempre, caminó hasta el subte. Estaba serio, con gesto preocupado, pero con la seguridad de la trama decidida.
Cada diez años se repite el tramite tedioso de responder obviedades, cosas que están a la vista, él no estaba conforme con el aspecto su casa, bastante había hecho, teniendo en cuenta su sueldo, con su vida. Después de todo, aquel que lo censaba no iba a ser demasiado diferente a él, un empleado público, un maestro, entendería como era su situación, no había de qué avergonzarse, seguro que lo iba a entender. Repasó meticulosamente todo antes de acostarse.
Por suerte el timbre sonó temprano, el corazón latía rápido, pero se mantuvo contenido, estaba acostumbrado a actuar correctamente.
Cuando terminó de responder las preguntas de rigor, se apresuró en despedir al censista, se paró detrás de la puerta, y esperó a que entre en el departamento de al lado.
Con paso firme tomó las escaleras, quizá el ruido del ascensor podía levantar alguna sospecha, y rigurosamente ganó la calle.
Seis interminables cuadras lo separaban de la casa de su infancia, la mañana estaba fría, pero la emoción podía mas. Miraba fijo las baldosas. Lo tenia muy calculado, pero podía fallar.
Esta segunda vez se vio en la obligación de mostrarse sorprendido ante las preguntas ya conocidas. Apenas varió alguna respuesta.
Contestó con un recóndito deleite, estaba hecho, era irrevocable. Se despidió de su madre con la excusa de ver el noticiero desde su casa y volvió caminando lentamente, disfrutando de cada paso, hasta se arrepintió de haber dejado de fumar.
Los días empezaron a pasar lentamente, no quería mirar televisión, leer diarios, ni escuchar la radio, esperaba pacientemente con certidumbre y tranquilidad, tal vez nunca en su vida había estado mas seguro.
Once días después, en la oficina, cuando por la radio escucho la cifra final (36.265.238) sonrió con íntima satisfacción, sabía que el número era otro, que solo él lo sabía.
Nunca se lo dijo a nadie.