miércoles, febrero 13, 2008

Saudade

Estuve compartiendo unos días con unos amigos españoles, de Vigo para mas datos, en visita por Buenos Aires. Hablar con un gallego y no hablar de saudades es como no haber hablado, un tema ineludible.
No es simple nostalgia, ni pena, ni duelo, ni ansias por el objeto perdido, es una sensación del corazón, un estado excepcional, casi un momento preciado, y ninguna explicación me parece que se acerque tanto a la verdad como ese pequeño poema de Catulo Cearense que tanto le gusta contar a Manoel de Oliveira.
Había un hombre que vivía en un morro, donde tenía su pequeña casa, y un huerto. Por debajo de la ladera pasaba un río. Siempre que el hombre tenía tiempo libre, bajaba del morro, cruzaba el río en canoa para ir a ver su enamorada en la aldea de la otra ribera. Un día bajó, todo arreglado, para visitarla. Era de noche, pero la luz de la luna brillaba clara, y él, a través del río, pudo ver a su novia bailando muy entusiasmada con otro hombre. El hombre quedo desanimadísimo, sin valor ya para ir a la aldea, regresó. Pero entretanto, hubo un alud, y su casa y el huerto que cultivaba estaban desechos. Entonces él dijo: Saudade es la tierra caída de un corazón que soñó.

"La saudade es la justificación de la pena, es el pensamiento de quien espera, abandonado a la fantasía, sin decidir qué aguardar del pasado, qué aguardar del devenir. El sufrimiento por la distancia del ser amado es la única prueba que tengo de estar vivo"

(Ricardo Reis, heterónimo de Pessoa)

lunes, febrero 04, 2008

Desvertebrado

Vengo de ese norte, seco, monstruoso, capital; recuperada heredad la del respiro de arboleda que me hace un poco húmedo al escribir, un poco mas de acá, del lugar donde elijo, y es que mucha gente se malogra por no encontrar su pueblo, no el de nacimiento, sino el vital, por no encontrar su musa, la del amor. Es fundamental para el hombre encontrar el sitio justo y la mujer justa. Buscando se nos va la vida. Obstinación de ola, panteón vivo, piedra en el fondo del océano.
Pierdo el tiempo en el oficio de poner adjetivos detrás de los sustantivos, en mujeres de lencería gótica, con esperas vanas, cambiando de camisa, en la liturgia del becerro de oro, extrañando en la distancia la plata y el azufre, en la lectura venturosa, en el viaje innecesario, pierdo tiempo con el tiempo.
En los hijos uno se ve en el revés del tiempo, los chicos tienen fe absoluta en la vida, sin pasado, sin futuro, presente definitivo relacionándose con la naturaleza en armonía con los elementos.
Dijo el poeta que los líquidos sonríen a los niños, a nosotros, los adultos, los líquidos vienen para hacernos llorar, para limpiar el torpe cuerpo u olvidar, en alcoholismos varios, muy enjabonados. La naturaleza solo nos da la dimensión de nuestra soledad. La sed, también calman la sed, pero no el hambre.
Al cabo todos somos hijos de la meteorología, respondemos cardinalmente a los vientos, la lluvia, el sol, las estaciones; el examen último del hombre termina siendo un reporte del clima. Nubosidad variable, con leve ascenso de la temperatura.
¿Para que preguntarse? ¿Para que hurgar? si hay miles de cosas elementales que ignoramos. Gana el silencio. Es curioso como crecen los libros en mi casa.
La gente nunca dice nada, ni lo que desea, ni lo que piensa, ni lo que trata de demostrar. Termina siendo aquello que no nombra, por miedo, por valentía, ignorancia, pavor al rechazo, por timidez al fin.
Los secretos solo son secretos cuando otro no los sabe. Velada claridad de fogata encendida. Destellos de futuro, negruras del pasado.
Ando por la vida desvertebrado, modular, desmedulado, sin la forma que uno preferiría para estas cosas ¿habrá acaso una forma que preferir? calendarios sin fechas, relojes sin hora, entretenido con la tarde suburbial que nos lleva, inmensa, descomunal, implacable.
El sol recóndito nos ignora. No existimos.
Veinte o treinta palabras que son un secreto, porque los secretos nunca son mas que eso, una cantidad mínima de palabras para contar una cantidad máxima de cosas.
Algo en silencio asomó, eso que no se nombra, que esta callado y no rompe a gritar, porque espera que rompa yo, y cuando yo voy y grito, eso se va, quizá asuste mi voz destemplada, acaso la mala caligrafía. Tiempo y destiempo, bloque de silencio cayendo cuesta arriba.
Lo mas profundo que tenemos es la superficie, descreo de aquellos que se declaran planos, me prefiero poliedro. Máscara de tierra transparente.
Cuidarse, pero ¿cuidarse de que? daño físico, sufrimiento, angustia, ¿es que acaso conviene evitar el dolor? Hay que cuidarse, dicen los amigos, y uno no sabe que decir.
-¿Por que fumas?
-Para buscar adjetivos
Soy hombre, animal venatorio por esencia. Soy hombre, aun renunciando a disparar mis escopetas. Soy hombre, por oficio.

Soy escritor, se que con la verdad no alcanza. Soy escritor, y de vez en cuando los personajes se escapan, y uno no sabe que esta escribiendo ni para quien. Duda confesa entre la realidad y la ficción. Escapo disfrazado de río. Escapo, traducido en símbolos.
Mis ojos, que han visto el mundo, me acompañan en largas caminatas vespertinas, sostenido apenas por mis dos piernas, haciendo mucho por la vida, y por la muerte. Hay que ver sin mirar, hay que oler, hay que palpar todo lo que se tenga a mano. Dejarse sorprender por el asfalto, encantarse en un bosque artificial, deslizarse en la nieve, ser el fuego junto al mar.
Prefiero deslumbrarme a comprender, sentir a perder.
Indagamos tercamente las exterioridades, que todo esté afuera, hasta que una palabra, o dos, abren el mundo interno, y ya no es posible contenerlo, desborda imparable, como un llanto o una caricia. Los ojos acuciosos, las manos con muñecas en las puntas de los dedos.
Nunca se sabe como actuar en esas situaciones, siempre se queda un poco postizo, falso, circense. No ser avaro con el sentimiento es nada mas que un perfume, pulsión animal, lirismo fuera de contexto. Pañuelo al llanto, sonrisa a la mirada, abrazo para el alma. Mis ojos, que miran, no mienten.
Desertar de la idea fundacional es siempre doloroso, suponemos que menos que lo que podría haber generado de seguir adelante, pero doloroso, claro.
El cuerpo despierta al beso y la caricia, el alma de una vez y para siempre, al asombro nuevo del sentir, creación momentánea, como el tiempo, que no se detiene, cosmos con su cosmogonía.
Dicen que los años nos dan sabiduría, nos hacemos expertos en ausencias. Calcinado por el fuego, uno se escabulle grisáceo en el cielo despejado, por no engendrar la peste.

la verdad también se inventa

Antonio Machado